El milagro de la estufa
Una estufa prende un milagro cuando en torno a ella se congrega el calor humano de una gente que lo único que persiguió hace veinticinco años fue escuchar buena música en un pueblo de poco más de 2.000 habitantes para calentar el corazón del invierno.
La Estufa es un milagro porque ha logrado programar durante 25 años, mas de 250 conciertos de todos los palos y de todos los géneros; y de calidad. Muchos de ellos han conquistado el oído de los espectadores, basta con revisar las puntuaciones que premia el público cada año; otros han venido de la mano de famosos generosos que se han dejado caer por aquí, gracias a los amigos; y la mayoría brota de un cartel de grandes músicos españoles que lo han dado todo en esta sala alternativa.
Gracias a ellos se programa, se mantiene el nivel, la heterodoxia, la audacia y siempre presentes, dos ritmos básicos: el de los generosos y el del respeto del público.
Pero volvamos al milagro.
La Estufa está organizada por un grupo de voluntarios y no tiene ningún ánimo de lucro; es totalmente sostenible, se nutre de la entrada y alguna que otra ayuda pública. Todo lo que se recauda va entero y verdadero para los músicos, el equipo, la sala…
Vamos… que casi toda la madera que arde en este proyecto crece en la taquilla.
Y ahora, desgranemos el milagro.
Para contar los detalles de esta historia, que es como un cuento que te reconcilia con el género humano, se me ha ocurrido deletrear la palabra milagro.
Sus letras dan luz a esta historia de amor. Porque la Estufa es también una historia de amor por la música.
Empezamos por la M, EME
M de la Magia de la Música
Fíjate qué cosas que la primera actuación de la Estufa, en enero de 1999, arrancó con un mago, el mago Gonzalo.
A lo mejor su varita dejó rastro en la antigua escuela del pueblo ese viernes helador castellano a medio aforo ante 44 personas. Porque lo cierto es que la Magia perdura desde hace 25 años: en el calor de los músicos, en el silencio del respeto de un público entregado y en un local también mágico. Una antigua escuela de grandes ventanas verdes, con sus encerados, su tarima de madera, su estufa de leña de estas de toda la vida. Los primeros años sólo cabíamos 80 personas sentadas en sillas de lo más variopinto y un banquito en primera fila para los niños. En poco tiempo tuvimos que tirar el tabique para ampliar el espacio con la otra escuela gemela. Así que estamos hablando de un aforo de unas 170 personas bien juntitas. Ya no tiene el efecto de cuarto de estar del principio pero sigue siendo próximo y mágico.
M de Música
El cartel de la Estufa de estos 25 años habla por sí sólo. Una programación que hubiera sido imposible sin la generosidad de músicos muy cercanos de Valladolid y su entorno que se comprometieron con el ciclo desde un principio; intérpretes veteranos y una gran generación de músicos jóvenes que apuntaban ya tan buenas maneras que se metieron al público en el bolsillo. () Y entre músico y músico empezó a correr la voz de que La Estufa valía la pena y se amplió el abanico de una programación cada vez más ambiciosa y audaz que nos sorprendía a nosotros mismos como algo insólito. (*)
I de Insólito, Inaudito, Inédito
¿Una sala alternativa en un pueblo de 2.000 habitantes, una antigua escuela donde se atiza la estufa cada viernes de invierno desde 1999 y que se llena de magia y de música? Algo inaudito, sin duda. Inaudito que hayan tocado aquí músicos como Jorge Pardo, Javier Ruibal, La Musgaña, Fetén Fetén, Celtas Cortos, Rozalén, el Kanka, Kepa Junkera, Carmen París, Eliseo Parra, Javier Paixariño, Alberto Pérez, Pepin Tre, Antonio Serrano, Raúl Rodriguez, Antonio Lizana, Sheila Blanco, María Berasarte… o que el propio Leo Harlem nos arropara al principio con su humor extraordinario.
Inédito que grandes grupos y músicos nacionales vengan por aquí y lo de todo para poner la guinda en una programación que en cada edición nos parece que ha tocado techo.
Y también es totalmente insólito cómo empezó todo esto y cómo se ha volcado el pueblo en el proyecto, pero esto lo contaremos con otras letras.
L de Lugar
Del lugar ya hemos contado que es mágico, próximo, antiguo… Y desde luego tiene memoria, muchos niños del pueblo han aprendido a leer y a escribir aquí. Como en tantos otros sitios había dos escuelas gemelas separadas por un tabique, una para los chicos y otras para las chicas.
Cuando la Estufa cuajó, como hemos contado ya, tiramos el tabique para ampliar aforo. Y este año, con el 25 aniversario, nos hemos venido arriba y otro tabique se ha ido abajo para que haya más espacio.
Porque a la L de este lugar hay que añadir la doble L, de Llenazo. La sala está siempre llena hasta las trancas y, a menudo, nos da no sé qué dejar a gente fuera. Pero es así; forma parte del formato de lo humilde y lo pequeño.
La Antiguas Escuelas de Arrabal de Portillo, que todavía no habíamos dicho el nombre de este pueblo de Tierra de Pinares, a medio camino entre Valladolid y Segovia, se han ido acondicionando poco a poco con calefacción, mejoras y un jardín de hierba a la entrada con olivos y romero. Y en esto sí que ha echado un buen cable el Ayuntamiento recuperando un espacio para el pueblo.
El escenario también ha ido cada vez a mejor, como el equipo técnico de sonido; en 25 años hemos pasado de casi nada a casi todo. Sin duda el silencio de un gran público muy respetuoso se lo merece. Y ese silencio se vuelca en una gran acústica que acolchan los abrigos colgados en las perchas de la sala.
A de Amistad
La Estufa nace del deseo de siete personas: dos alfareros, dos camioneros, un transportista y dos funcionarios. Casi todos de Arrabal de Portillo, y amigos de infancia y juventud. Seis de ellos eran tan aficionados a la dulzaina que se las arreglaron para que un buen profesor, de nombre Eugenio, les iniciara en este arte del ritmo tradicional. Y no lo debieron hacer nada mal porque ahí les tienes haciendo bolos de pueblo en pueblo, de jota en jota y de procesión en procesión durante seis años allá por los años 90.Llega un día y, apasionados como son por la música, dicen: “¿Y por qué no traemos música aquí al pueblo, en invierno, en la escuela de siempre que tiene una estufa y vamos pagando a los músicos con lo que nos dan los bolos de la dulzaina?” … “Y además estaría muy bien que la gente de por aquí que toque algún instrumento pueda subirse a un escenario”. Total que se ponen a ello. Estamos hablando de 1999. Chiscan la estufa de la escuela de toda la vida, que conserva aún las pizarras negras de la pared y las ventanas altas de medio punto con mochetas de ladrillo visto, y el viernes 8 de enero se abre el ciclo de la estufa con la varita mágica de Gonzalo, en un silencio sagrado, sin imaginar ni por asomo que con ese malabar nacía un pequeño milagro.
Así que, en resumidas cuentas, la chispa de todo esto es la amistad. Y la amistad hizo más grande el círculo; a ese núcleo duro del principio se han ido uniendo otras personas para arrimar el hombro en un grupo de unos 20 voluntarios. Cada uno pone lo que puede o lo que sabe hacer, unos diseñan, hacen la gestión web o la comunicación, otros programan, atienden el sonido y a los músicos, venden o tickan la entrada… Ningún fleco queda suelto. Ha habido algún músico que nos ha dicho que parecíamos alemanes, todo
organizado pero entre bambalinas. Da la impresión de que la Estufa es una receta de oro pulido desde abajo, refulge por el buen hacer de mucha gente y brilla sin ostentación incluso entre las brasas.
A de Abonados
Otro acierto de los organizadores fue vender abonos por un buen precio. Los abonados han sostenido el ciclo desde el principio y han permitido tener unas previsiones económicas mínimas, siempre justas, pero suficientes para tirar cada año. También muestran el apoyo del pueblo al proyecto y su agradecimiento.
Porque claro, el público, ojo avizor y muy sensible, se ha entregado poco a poco a estos conciertos donde la música no sólo se palpa sino que se deja escuchar el silencio.
G de generosidad
Y ante la generosidad de los dulzaineros, que no hemos dicho aún que actuaban bajo el sospechoso nombre de “Los suspiros del Masegar”, vienen también los confiteros con sus bollos para los intermedios, regados con el vinito que ponen los bares del pueblo. Todo, de regalo.
Así que a esta Generosidad con mayúscula se suma también la entrega de la gente del pueblo y del propio público que para mostrar su cariño trae cosas para rifar. En la rifa te puedes encontrar desde unas planchas para el pelo, de alguien que se dedique a la estética, a una pieza de madera de un ebanista, por no hablar de productos ecológicos de granjas cercanas, plantas preciosas o un cupón para un par de cenas. Eso sí el regalo más insólito que hemos recibido ha sido un pollo de corral de Adolfo.
Hablando de regalos, queda también agradecer de corazón la generosidad de Ricar y sus magníficos carteles que han hecho historia, además de las fotos de Julián, nuestra memoria gráfica imprescindible.
Y si cerramos este registro de gente generosa con los grandes músicos que han participado durante años en algo tan humilde, pues solo queda por decir que cuando hablamos de la Estufa estamos hablando de una historia de amor, llena de entrega, de dar y de compartir y de montarse a un carro porque sí, porque se lo merece el amor por la música.
R de Rural
Lo rural está tan presente en estos conciertos que cuando llegan los músicos de Madrid, Barcelona o Sevilla o de camino a un concierto en París, como le pasó a Jorge Pardo, se encuentran con un pueblo completamente vacío a media tarde. Menos mal que algún compañero se lo ha recomendado porque si no podrían hasta suspender el bolo ;))
Bueno… este es un pueblo pequeño pero no está vacío en absoluto sino lleno de vida. En Arrabal perviven aún oficios como la confitería artesana, el cultivo del ajo o la alfarería. ¿Sabéis una de las cosas que más ilusión les hace a los músicos? Recibir el disco de barro cuando ganan el premio del público, o su regalo de fin de concierto: un buen puchero para el cocido con el nombre de su grupo. Así que aquí rural es todo. Eso sí, hay conciertos en los que cerramos los ojos y no sabemos si estamos en el Blue Note de Nueva York o en algún club nocturno del mundo que acaricia el saxo.
O de Ovación
Y ya para rematar las letras de este pequeño gran milagro queremos lanzar una gran Ovación:
A los músicos. Al público. A los colaboradores. A los que nos regalan. A las entidades publicas que nos apoyan, especialmente al Ayuntamiento de Portillo.
Y sobre todo… A los Estuferos del mundo entero por haber hecho este camino de la mano en estos 25 años de amor a la música.
(*) Hablamos de Germán Díaz que tocó aquí por primera vez con 19 añitos, Paco Díez, Jaime Lafuente, Eugenio Rodríguez, Luis Delgado, Carlos Soto, María Desbordes, Cuco Pérez y Luisa Pérez, Vanesa Muela, Jesús Parra, Luis Gómez, Quique Navarro, José Luis Rodríguez, Miguel Ángel Recio, César Díez, Diego Martín, Raúl Olivar, María Salgado, Blanca Altable, Chuchi Cuadrado… Grandes músicos de grupos como Mayalde, Concertango, Divertimento, Klezmática, Guagancó, Aulaga Folk, entre ellos Juan Carlos Centeno, Suso González, Raúl Álvarez, Conchi Hernández, Rafa Pirulo, Luis Ángel Fernández, Andrés Sanz, Pistolo…
(**) Con grupos como Jerez Texas, Looking Back, Korrontxi, El Naán, Ensemble Draj, Blue Perro, Patax, La Canalla, Travellin’ Brothers, Zaruk, y músicos como el Chipi, Javier Galiana, Javier Alfaya, Germán López, Antonio Toledo, Mattieu Saglio, Ness, Andreas Prittwitz, Ana Alcaide, Nacho Mastreta, Josete Ordóñez, Maureen Choi, Mario Carrillo, Daniel Garcia Diego, Pepe Rivero, Federico Lechner, Constanza Lechner, Ariel Bringuez, Michael Olivera, Pablo Martín Caminero, Fernando Egozcue, Thomas Potiron, Aquiles Machado…