Historia

La estufa nace del deseo de siete personas: dos alfareros, dos camioneros, un transportista, un subinspector de Hacienda y un funcionario. Casi todos de Arrabal de Portillo, y amigos de infancia y juventud. Seis de ellos eran tan aficionados a la dulzaina que se las arreglaron para que un buen profesor, de nombre Eugenio, les iniciara en este arte del ritmo tradicional. Y no lo debieron hacer nada mal porque ahí les tienes haciendo bolos de pueblo en pueblo, de jota en jota y de procesión en procesión durante seis años por lo menos.   

Llega un día y, apasionados como son por la música, dicen: “¿Y por qué no traemos música aquí al pueblo, en invierno, en la escuela de siempre que tiene una estufa y vamos pagando a los músicos con lo que nos dan los bolos de la dulzaina?  “Y además estaría muy bien que la gente de por aquí que toque algún instrumento pueda subirse a un escenario”. 

Total que se ponen a ello. Estamos hablando de 1999. Chiscan la estufa de la escuela de toda la vida, que conserva aún las pizarras verdes de la pared y las ventanas altas de medio punto con mochetas de ladrillo visto, y el viernes 8 de enero se abre el ciclo de la estufa con un mago. Medio aforo: 44 personas presencian en un silencio sagrado los toques de la varita mágica de Gonzalo, sin imaginar ni por asomo que con ese malabar nacía un pequeño milagro. 

Porque claro, el público, ojo avizor y muy sensible, se entrega poco a poco a esos conciertos acústicos, al hogaño, donde la música no sólo se palpa sino que se deja escuchar como en el silencio de una mandrágora. Y ante la generosidad de los dulzaineros, que no hemos dicho aún que actuaban bajo el sospechoso nombre de “Los suspiros del Masegar”, vienen también los confiteros con sus bollos para los intermedios, regados con el vinito que ponen los bares del pueblo. Para que todo fuera aún más redondo, más como en el cuarto de estar de casa.

El caso es que en ese espacio de entrega de público y músicos cabían poco más de 80 personas y hubo que tirar el tabique que mediaba entre las dos escuelas gemelas para dejar correr aún más a su aire ese calor ávido de conciertos. Con el tiempo, todo se acondiciona mejor, tanto las cuentas -ya casi se cubrían los gastos con la taquilla-, como el calor -el Ayuntamiento puso calefacción-, o la venta de entradas por teléfono. 

Entretanto ya ha corrido la voz entre los músicos y año tras año se puede elegir, se programa, se mantiene el nivel, la heterodoxia, la audacia y siempre presentes, dos ritmos básicos: el de los generosos y el del respeto del público. 

Da la impresión de que la Estufa es una receta de oro pulido desde abajo, del que refulge por el buen hacer de mucha gente y brilla sin ostentación incluso entre las brasas.  

Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Más información
Privacidad